18 diciembre 2013

De lunes a viernes




Cada uno tiene el mismo tiempo disponible: dos horas todos los días de su rutina laboral. Han calculado lo que les lleva salir de sus respectivos trabajos, llegar al metro, subirse, bajar en la estación de destino y encontrarse en el apartamento de él: 20-25 minutos.
Cuando se encuentran, no sólo se abrazan y se besan, sino que se desvisten con ansiosa prisa y se arrastran el uno al otro hacia la habitación principal, no sin que antes ella se quite la alianza de matrimonio y él coloque boca abajo, en la mesita de noche, la foto que tiene con su novia. Una vez que este ritual se cumple, se acuestan en la cama, muy, pero muy juntos, respiran hondo y simplemente se entregan al sueño.
Ella siente su calor y cuando él la abraza por la cintura desnuda, entrelaza sus piernas con las de ella como aferrándola hasta donde lo permiten los cuerpos para hundirse un poco en su espalda. Le gusta sentir el suave aleteo de sus pestañas y el ritmo acompasado de su respiración sobre su hombro, que se humedece delicadamente, como besado por un cálido rocío. A veces coloca su barbilla en el hueco entre su hombro y su cuello y le hace cosquillas con la barba en la piel tierna.
Algunos días cambian de posición durante el tiempo que les resta y es entonces cuando ella lo abraza. Descansa su cuerpo a un costado del de él. Olvidan el mundo mientras sueñan, se toman de las manos, se rozan, vibran, suspiran.

Cuando despiertan, respiran hondo de nuevo y se miran a los ojos. Él la atrae hacia sí y la esconde entre sus brazos. A veces ella lo abraza y con la punta del dedo tembloroso le dibuja círculos en la espalda. Y después de un rato despiertan ambos del todo. Y entonces todo vuelve a ser la odiosa rutina de siempre. Cada uno regresa a su vida, después de la siesta, de lunes a viernes.